A ratos se abría el cielo y pensábamos que podríamos ver algo más que las nubes cubriendo el espacio que habían –levemente– olvidado rellenar… Pero su egoísmo no era la excepción, sino más bien una norma.
A tientas mis ojos se topaban con algunas aperturas, donde las nubes se abrían como bocas llenas de miel, lentas y pegajosas, para más tarde cerrarse en un lento masticar. Les costaba deshacerse de ellas mismas, mientras yo entendía aquello como el origen de la garúa que como una cortina que se acumulaba en mi ventana, donde ahora mis ojos decidían tropezar.