Estaba sentado en la mesa del comedor hundido entre varios papeles, junto una pequeña lámpara de velador robada de la habitación vacía de mi hermana que apuntaba sobre la acuarela que pintaba, encendida, incluso a esa hora, un poco antes del almuerzo. Desde ahí vi estacionarse el auto de mi padre, y escuché el sonido de la reja y la puerta mientras entraba, tal como cuando vivía allá con mis padres.
“Encontré algo para que pintes”, me dijo con orgullo al momento en que entraba a la casa.
Salí de la casa a un día luminoso y despejado: La luz en Punta Arenas es nítida, tanto como el viento es puro. Salí con pantuflas en los pies y la cámara en mano, a las coordinas que me había recitado mi padre desde la entrada.
Me detuve al lado de la plaza en el cruce de la calle donde estaba la paloma, tan digna y vistosa en su muerte, que no podía no coincidir con mi padre… La fotografié, días antes del año nuevo, mirando el suelo acomodé la cámara, días antes del 2020, acomodé el foco y click. Recién había leído sobre un virus en Wuhan y yo sacaba esta foto para un cuadro que pintaría seguramente el próximo año, pensando en el hoy hice planes para mañana, sin realmente pensar en mañana el mañana ya había pensado en mi, y click le saqué una foto más a la paloma muerta.
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