Era un día muy soleado y ya llevaba toda la mañana caminando por Independencia… Había encontrado varias cosas interesantes –que fotografiaba de un modo cuidadoso pero disimulado–, acumulando ideas sin que ninguna me pareciera tan definitiva. De algún modo he ido respetando el modo en que mi interés va variando con el tiempo; hay cosas que solo con los días logro conectar, o re-ver, y para eso es mejor no ser tan severo con esos gérmenes de idea, sino más bien darles la oportunidad de desarrollarse con el tiempo.
Me encontré con el «panda» en un lugar que no puedo llamar una plaza, primero de espalda, sin entender realmente qué era lo que se supone que estaba viendo, pero de inmediato fascinado. Lo rodeé un par de veces, y pensé «mirando a la izquierda», «va a ser pareja de la sopaipilla«, «mira orgulloso hacia el pasado», «tiene una buena diagonal», «a contraluz», y fotografié –nuevamente– preciso y rápido. Me fui de la escena del crimen, sonriendo por mi hallazgo… Pronto me di cuenta que no necesitaba continuar mi marcha, tenía lo que necesitaba y volví a mi casa. Ese mismo día comencé el dibujo.