Éste es el primer óleo de dimensiones importantes que hago, y me tomó –desde la fecha de compra de la tela a tenerla terminada- algo así como un mes y medio de trabajo.
La manera de trabajar fue bien experimental para mi, de hecho comencé haciendo una grisalla, que es una base de pintura realizada sólo en tonos grises (… asunto que nunca había hecho) sin saber realmente si iba a funcionar. Para mi sorpresa, el hacer la grisalla me dio cierta libertad, a medida que avanzaba en la pintura, de trabajar las zonas de color como pequeñas pinturas aisladas con la tranquilidad de sentir que no estaba afectando la estructura general de la pintura.
Creo que quería lograr una pieza que si bien es tradicional en su motivo, tuviera un giro algo «contemporáneo» o «incómodo», dado primero por la paleta de colores, que gira hacia una acidez –o frialdad, no lo sé– en el azul y verdes que cruzan la mayor parte de la iluminación de la escena, hasta el uso saturado del rosa en los muebles de cocina. Y –segundo– el encuadre y punto de vista, que ya estaba en la acuarela original (Peregrina IV), pero que en este caso se siente un poco mas asfixiante. Todo esto desemboca en un cuadro que de alguna forma me recuerda –guardando todas las proporciones del caso– una pintura manierista tipo Bronzino, por lo que menciono: la paleta, el uso del espacio, incluso la atención en las telas.