En comparación, las dos acuarelas anteriores fueron más sencillas de realizar –en cuanto a la inversión de tiempo y complejidad– que ésta acuarela de mi abuelo. El proceso resultó más incómodo, me parecía antinatural en relación a un procedimiento, que si bien trato de no sistematizar, ya he conseguido internalizar. Pero insistí puesto que pertenece a un tipo de ejercicio que creo que es importante no perder, y que poco a poco he ido abandonando.
En este caso, son el rostro y las manos, la parte más difícil y crítica, lo que me ha resultado más interesante de realizar, porque es genuinamente una sorpresa ver el resultado, ver en la imagen el rostro de la persona que conozco, y en este caso dar por primera vez no sólo con los rasgos, sino con el gesto, en medio de la sutileza de una compleja luz.